miércoles, 6 de diciembre de 2017

CARTA ABIERTA A LOS PERIODISTAS, A LOS HISTORIADORES Y COETÁNEOS

"SE HA ENSAYADO TODO, ¿NO SERÁ HORA DE ENSAYAR LA VERDAD?" Padre Pie.

CARTA ABIERTA A: LOS PERIODISTAS; POLÍTICOS; PODEROSOS QUE MANIPULAN AL SER HUMANO; ABSTENCIONISTAS; MILITARES: HISTORIADORES: JUECES; HOMBRES; MUJERES; ADOLESCENTES; NIÑOS. 
   CARTA ACTUAL PARA EL MOMENTO  PRESENTE DE LA  ARGENTINA.
            -DEBE SER LEÍDA DETENIDA Y SOBRE TODO MUY MEDITADAMENTE-
27 de noviembre de 2017 - Es indignante ver la hipocresía de gobernantes, ex gobernantes, periodistas y gran parte de la ciudadanía. Ante la tragedia del ARA San Juan, TODOS se apresuran a denunciar el “ninguneo” del que fueron víctimas nuestras Fuerzas Armadas a partir del advenimiento de la “democracia”. Ahora, todos exclaman “¡Yo no fui!” Pero TODOS son culpables. Los gobernantes, por haber disminuido el presupuesto al mínimo, dejándolas inermes, y que los de Cambiemos “no miren para otro lado”, NO PUEDEN librarse, llevan tres años en el poder ¿qué hicieron? Acrecentaron la indefensión. ¿Y los periodistas? Hasta ahora, NINGUNO de ellos alzó la voz denunciando lo que estaba ocurriendo. ¡Ahora si lo hacen! ¡HIPÓCRITAS! En cuanto a la mayor parte de la ciudadanía, es culpable por dejarse llevar de la nariz y no usar sus neuronas, repitiendo como loros lo que oyen en los medios. Estos son los resultados: 44 mártires del sistema y, próximamente, el desmembramiento de nuestra Argentina: miremos lo que está pasando en la Patagonia con los mal llamados “mapuches”, dirigidos por Gran Bretaña. ¡Y hay políticos que los respaldan! ¿Cómplices o idiotas? Me inclino por lo primero. Es ejemplificadora la carta de un periodista cubano arrepentido por su apoyo a Fidel Castro que publicamos a continuación.

MEA CULPA Y REQUISITORIA DE UN SUICIDA: EL PERIODISTA MIGUEL ANGEL QUEVEDO
Junio - julio de 1970 - Esta dramática epístola, escrita como testamento político en la antesala de la Muerte, es al mismo tiempo que una confesión de culpabilidad, una requisitoria contra todos los que contribuyeron a la gran farsa de la revolución cubana y a crear el mito de Fidel Castro Ruiz, para entregar la infortunada Isla Prisionera a las garras sangrientas del comunismo internacional. Propietario y director de la popular revista “Bohemia” de La Habana, Miguel Ángel Quevedo fue uno de los principales responsables de la situación creada en su patria con la dictadura roja. Arrepentido, tardíamente, cuando Cuba se encontraba convertida ya en colonia soviética, Quevedo tuvo el gesto de apelar al suicidio como un testimonio de protesta contra la tiranía. Esta carta, fue publicada el 14 del presente mes en el periódico ¡ALERTA! de Guatemala. La reproducimos como una clarinada contra el peligro que amenaza a todos los países del Hemisferio, haciendo nuestras las palabras con que la presentó el colega guatemalteco: “Debe ser leída. y, sobre todo, muy meditada por periodistas, políticos, pollos ricos, y abstencionistas, por los Estados Unidos de Norteamérica, por los militares, por los hombres, por las mujeres y aun por los niños”.


          
Miguel Ángel Quevedo con Fidel Castro

Sr. Ernesto Montaner
Miami,Florida
Caracas, 12 de agosto de 1969
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta, ya te habrás enterado por la radio de La noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado —¡al fin!— sin que nadie pudiera impedírmelo, como me i0 impidieron tú y Agustín Alles el 21 de Enero de 1965. ¿Te acuerdas? Ese día entraste en mi despacho a entregarme un artículo tuyo. Conversamos un rato. Pero ¡notaste que yo estaba ausente del diálogo. Me viste preocupado, triste, muy triste y profundamente abrumado. Y me lo dijiste. Pensé en mi hermana Rosita, a quien adoro y se me llenaron de lágrimas los ojos y te dije algo que no debía haberte dicho- Me alcanzaste un Algo que no debía haberte dicho. Te confesé que en el momento mismo en que llegaste a mi despacho, estaba pensando en darme un tiro en la cabeza. Y hasta te dije que mi única preocupación era que Rosita me viera tirado en el suelo sobre un charco de sangre. No quería dejarle esa última imagen, habiendo decidido —y también te lo confesé— suicidarme acostado en el sofá para que, al verme, tuviese la impresión de que dormía.
Recuerdo la expresión de .pena y asombro que había en tu cara. Te levantaste. Fuiste a mi escritorio y le quitaste las balas al revólver. Y allí, sentado en la silla del escritorio me dijiste; “Estás loco, Miguel, estás loco”. Me hablaste de Dios. De la perdición eterna de mi espíritu. De la brevedad de la vida. De la falta que yo le haría a Rosita, dejándola sola en el mundo. Me hablaste de veinte cosas. Y viendo que me resbalaban, me amenazaste con llamar a Rosita y a todos los empleados de “Bohemia”, para enterarlos, te supliqué que no lo hicieras. Comprendí la responsabilidad que mi confesión te había echado encima. Y te juré por la vida de Rosita que no lo haría.
Convencido de que me habías desviado del prepósito —al menos, por el memento—, saliste de mi despacho. Te encontraste a la salida con Agustín Alles y se lo contaste. Y tú y Agustín se fueron a ver al doctor Esteban Valdés Castillo. Me llamaron de la casa de Valdés Castillo y me pusieron al habla con él. Un gran médico, de excepcional talento. Quiso verme con urgencia, pero no nos vimos. Lo que hicimos fue hablar mucho por teléfono. Cuando no me llamaba él a mí, lo llamaba yo a él. Pero hablábamos todos los días. Con quien jamás volví a hablar fue contigo. Perdóname, perdóname, pero pensé que había dicho a ti amistosamente, en un momento de flaquezas. Y no volvimos a tener comunicación hasta hoy, en que ni tú, ni Agustín Alles, ni Valdés Castillo, ni nadie me habrá impedido llevar a vías de hecho mi determinación. Estás, pues, leyendo la carta de un viejo amigo, muerto. Valdés Castillo tenía razón cuando afirmaba que la idea del suicidio pasa por la mente del paciente en forma de círculos, que cada vez se van reduciendo hasta convertir en un punto. Mi punto llegó.
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe, vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llado. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía (la cual sacó a Castro de la prisión tras el ataque al Cuartel Moncada). Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
“Bohemia” no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a “Bohemia” cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que “Bohemia” era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba “Bohemia”.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.
Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.
Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como “Bohemia”, les hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. Como Rómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que queden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Núñez de Arce cuando dijo:
“Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano…”.
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
Miguel Ángel Quevedo

(“EI Sol de México”) Miguel A. Quevedo
Revista "La Tradición" Nº 101: pgs 22, 23 y 24 y 102, pg. 7 - Director: P. Hervé Le Lay
Enviado por la Srta. Delia Cabrera
Publicado en Católicos Alerta, Actualizaciòn DEL 28.11.2017

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AHORA SE ADUEÑAN DE LA ARGENTINA.AGREGAN UN ARGENTINOCIDIO A OTROS QUE YA PESAN SOBRE SUS ESPALDAS.

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COROLARIO

"LA HISTORIA SE ESCRIBE EN SUS PORMENORES ÍNFIMOS, A BASE DE DOCUMENTOS O TESTIMONIOS DOCUMENTADOS, Y NO DE INDUCCIONES ANTOJADIZAS, DE CHISMES DE ALDEA, DE DESPLANTES INNOBLES O A IMPULSOS TAN SÓLO DE LA FANTASÍA" ...MONSEÑOR PABLO CABRERA
 O sea la Verdad antes que nada. Al pensamiento del Padre Pie se lo podría recomponer diciendo:

SE HA INSTAURADO LA MENTIRA, ES HORA DE INSTAURAR LA VERDAD PARA SER LIBRES.



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