martes, 31 de diciembre de 2019

ESPERANZA PARA EL 2020




                                                   VIRGEN MACARENA DE SEVILLA
MI VIRGEN DE LA ESPERANZA QUE NOS SALVARÁ
                                       ¡A TI RECURRIMOS Y EN TI ESPERAMOS!
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Domine,ut Videam! Una reflexión para comenzar el 2020 con algo de esperanza.
Por
 -
31/12/2019




                                           Domine, ut videam! Lc XVIII, 41

El ciego que nunca ha visto la luz no sabe qué son los colores, así como el sordo que nunca ha escuchado un sonido no tiene idea de lo que sea la música o la voz de un ser querido. Pero incluso aquel que ve no sabe lo que significa estar condenados a la ceguera, privados de la visión de una puesta de sol o de la posibilidad de mirar a los ojos a quien se ama; y aquel que escucha no imagina el vacío de la ausencia de una melodía, del canto de los pájaros, del flujo del agua en un arroyo. Y a menudo sucede que dos personas no alcanzan a comunicarse porque aquel que ve intenta en vano explicar al ciego las tonalidades que inflaman las hojas de los árboles en otoño, o al sordo cuánto sean capaces despertar de sentimientos indescriptibles los maravillosos acordes de una sinfonía.
Del mismo modo, aquel que no tiene la gracia de la Fe no puede entender la luz resplandeciente que ésta proyecta en el alma, ni la sublime armonía que une admirablemente todas las verdades católicas. Pero incluso aquel que posee la Fe difícilmente alcanza a concebir las tinieblas en las que camina a tientas el incrédulo, el silencio de muerte que lo circunda. Incluso en esto puede haber incomunicabilidad, cuando aquel que considera a la Fe como algo que no requiere explicación intenta persuadir al amigo de que su ceguera espiritual y su sordera moral no tienen motivo y pueden superarse con un simple razonamiento, casi con un vistazo del alma sobre la realidad. 
Sin embargo. Sin embargo, aquel que ve puede perder la vista en un accidente, aquel que oye puede quedar sordo y descubrir lo doloroso que es verse privado de estos sentidos que se tenían por descontados, normales y obvios. Todos los hechos cotidianos se convierten en acciones complejas, algunos resultan impedidos, otros necesitan de la ayuda de otros. No hay más colores en nuestra vida, no hay más autonomía en el obrar, todo es oscuridad y silencio. Nos damos cuenta de lo que hemos perdido sólo cuando ya no lo tenemos. Y pensamos con pesar que ese amanecer, aquel sonido de campanas, esa voz amiga permanecen como un recuerdo destinado a difuminarse con el tiempo, y que quizás podríamos haber utilizado mejor nuestros días saboreando con avidez los claroscuros de una pintura, los rasgos faciales de nuestra madre, la voz de la niña que juega en el patio, el ladrido lejano de un perro.
Incluso aquel que asiste al inexorable enceguecimiento del mundo que lo rodea, a la sordera espiritual de la humanidad, termina lamentando muchos gestos pequeños y simples que hasta entonces tenía por obvios, cosas en las que ni siquiera había necesidad de detenerse porque se daban por sentado. Pienso en cuando, de niño, mi madre solía enjugar mis ojos al sonido de las campanas el Sábado Santo -entonces el Exsultet resonaba durante el día-, o cuando se recibía en casa al cura para la bendición pascual y se le ofrecía un pequeño refrigerio; cuando se instalaba el pesebre en el escaparate de la panadería, o cuando para Epifanía, los niños esperábamos no encontrar trozos de carbón en el calcetín, y nos contentábamos con un par de caramelos, con un pequeño coche de hojalata, con un trompo. Pienso en cuando se saludaba por la calle a las monjas o los clérigos con ese alabado sea Jesucristo que distinguía a los católicos de los comunistas y los liberales; cuando mi padre se arrodillaba descubriendo su cabeza si nos encontrábamos con un sacerdote que llevaba el Viático a un  moribundo. Pienso en el velo que mi madre y mi hermana se ponían para entrar a la iglesia, aunque solo fuera para decir un  Ave María mientras se iba de compras o a colocar una flor en el altar de Santa Rita. Pienso en el silencio austero de la radio el Viernes Santo, en las rosas recogidas del jardín para arrojar los pétalos al paso del Santísimo el jueves de Corpus Domini, en las telas y las alfombras puestas para decorar los balcones cuando el Señor pasaba por la avenida de la iglesia. Pienso en los paseos en bicicleta para ir a servir a las Vísperas los domingos: aquellas Vísperas de las cuales, aun de niño, conocía todos los Salmos de memoria, y el turíbulo que de jovencito le extendía al párroco en el Tantum ergo. Y la cola en el confesionario el sábado y los días previos a las fiestas. Pienso en la voz solemne de Pío XII, en su mirada hierática y serena, en su dignidad no afectada, en su dulzura con los hijos del Cardenal Ottaviani. Pienso en los cantos lejanos de las monjas detrás de las rejas, en el aroma a cera de los bancos de la sacristía, en las palabras de la Súplica a Nuestra Señora de Pompeya que mi abuela  recitaba para sí. En este día sumamente solemne de la fiesta de vuestros triunfos… Pienso en la imagen de san Antonio Abad en el negocio del carnicero, con su vela encendida, o en el cuadro de la Virgen de Fátima en la sala de la modista a la que acompañaba a mi madre. Pienso en el vestido blanco de la Confirmación, en el lazo atado en la frente, en las estampas de la Comunión de mis compañeros, en el folleto del Precepto Pascual. Pienso en las monjas sombreronas en los hospitales, en los frailes con sandalias incluso en invierno, con la alforja llena de pan viejo que el panadero guardaba aparte para ellos. En las Misas de las seis de la mañana, casi siempre de Requiem, a las que asistían alumnos y estudiantes, dependientes y damas, en silencio, con el Rosario en la mano. Pienso en mi tonsura –Dominus pars haereditatis meae– y en el rito con el que recibí las Órdenes Menores, en el sacerdote asistente en pluvial: Eminentissime Pater, postulat Sancta Mater Ecclesia… En la mesa sobre la que se ordenaba silentium, en las Preces dicendae y en la meditación diaria en el silencio de la capilla, en el canto de Completas, en la oración a Nuestra Señora de la Confianza. 
Y me veo ciego, o temo convertirme en uno tal, porque ya no veo a las monjas con la toca, siempre de a dos y con la mirada baja, ni al monseñor con medias rojas que bajaba, rodeado de clérigos en saturno, la escalera del Seminario. En su lugar, mujeres con los cabellos tratados con permanente y homúnculos con la cruz escondida en el bolsillo. No veo aquellos ojos serenos, esas sonrisas espontáneas, esa compostura educada, aquella despreocupación del repartidor que cantaba mientras iba a hacer las entregas, del albañil en el andamio, del zapatero en su tienda. 
Me siento sordo, o al menos no encuentro ya más todos aquellos sonidos queridos, aquellas voces amadas, esas melodías tan sublimes como normales para nosotros en aquellos tiempos. Música alegre, sonidos familiares, una costumbre con lo sagrado que estaba tan íntimamente ligada a nuestra vida cotidiana como para no despertar ni asombro ni vergüenza. Y también el herrero socialista, el librero judío, el médico masón respetaban y se adaptaban voluntariamente a un orden social que hacía que nuestros días fueran serenos a pesar de fatigosos, nuestra mesa feliz aunque sobria. Porque todo giraba en torno a Cristo. 
Han pasado tantos años desde aquel tiempo, que hoy parece que estemos viviendo en otro mundo. No nos dimos cuenta. No nos percatamos de que alguien había decidido trocar una civilización milenaria por los cigarrillos estadounidenses y las radios de transistores, por las minifaldas y los jeans, y luego por el referéndum sobre el divorcio, por los ataques de las Brigadas Rojas, por la ley sobre el aborto. Pero este grotesco trueque era mundano, era profano, no había tocado el alma de la Iglesia ni mucho menos la de los fieles. La verdadera venta de liquidación la hemos visto con el Concilio, con los birretes sacerdotales arrojados al Tíber, y con todo este frenesí de complacer al mundo, de mostrarse modernos, de no suscitar la impresión de quedarse atrás. Fuera con todo, y todavía no era nada: aún debía llegar Bergoglio.
Como señaló sagazmente monseñor Viganò en su última intervención (aquí), todo sucedió «sin que la mayoría repare en ello. Sí, porque el Concilio Vaticano II abrió algo peor que la Caja de Pandora: la Ventana de Overton, de un modo tan gradual que nadie se ha dado cuenta de la alteración que se ha llevado a cabo, de la auténtica naturaleza de las reformas, de sus dramáticas consecuencias, y ni siquiera se ha llegado a sospechar quién manejaba realmente los hilos de esta gigantesca operación subversiva». 
El mundo –nuestro mundo, nuestra Patria, Italia, que se enorgullecía de ser católica, apostólica y romana- se está volviendo ciego y sordo. Ya no quiere ver ni escuchar más a Dios. Y quizás Dios no quiere ver el abismo en el que se hunde en violación de Su ley, no quiere escuchar sus blasfemias. Y hay quien espera que ese mundo finalmente resulte destruido, esfumado, extinto. Es más: se alegraría de ello, porque la mera presencia de un Crucifijo o de un Niño en el pesebre provoca escándalo, ofende a los que no creen, viola la libertad de religión. Esa libertad aclamada desgraciadamente por el Concilio, y de la cual hoy vemos los frutos amargos, con las estatuas de Lucifer erigidas en las plazas y los niños inmolados al Moloch pro-choice
Pero en este mundo de imágenes y fantasmas, de estrépito y rumor, de obscenidades y herejías, hay ciegos y sordos que comienzan a entender qué es lo que han perdido, al igual que aquel que ha sido privado de la vista o del oído después de haber visto y oído. Hay quien entiende que es ciego y sordo, mientras que antes no entendía acerca del ver y del oír, o tal vez no quería hacerlo. Hay sacerdotes que, enfrentados con la sordidez calvinista de la liturgia reformada, no acertaban a tomar una decisión que hoy resulta inevitable, y vuelven -o comienzan ex novo- a celebrar los ritos antiguos y venerandos. Hay monjas que, ante la persecución de figuras como Braz de Aviz, redescubren el espíritu de la Regla y se inmolan por la Iglesia. Hay frailes que se dejan crucificar por sus Superiores, tal como Cristo se dejó prender por los Sumos Sacerdotes del templo. Hay fieles que descubren la vida cristiana precisamente cuando desde el Solio se los incita al adulterio en nombre del discernimiento. Hay pecadores que comprenden el heroísmo del arrepentimiento y de la virtud precisamente cuando los Pastores legitiman el concubinato y la sodomía. Hay Católicos tibios que se encuentran defendiendo el honor de Dios ante los eclesiásticos que vilipendian a la Virgen y adoran a los ídolos. Profesores mudos y teólogos hasta aquí silenciosos que denuncian públicamente las desviaciones doctrinales del Clero, periodistas moderados que escriben artículos en defensa de la moral tradicional, mientras que horrendos jesuitas alaban la herejía y arguyen en pro de la inmoralidad. Hay jóvenes que descubren la Sagrada Escritura y los tesoros invaluables de los Santos Padres, mientras los Obispos falsifican el Antiguo y el Nuevo Testamento. Hay políticos que aprenden a defender a la Nación y su Fe mientras desde Santa Marta se repite ad nauseam el mantra de la acogida. 
La Gracia nos toca cuando menos lo esperamos, como le sucedió al ciego al paso de Nuestro Señor. 
Los últimos tiempos que estamos viviendo nos muestran que en las buenas almas la Verdad brota límpida y cristalina y que en las almas corruptas el engaño, el fraude, la mentira que propagan es la misma que sugirió la Serpiente antigua desde su Non serviam. y desde la caída de Adán y Eva: seréis como dioses. Pero el pecado no es, en el sentido de que al no remitir a la Verdad que es Dios, no posee en sí mismo el ser, no puede ni debe existir, y como tal está destinado a desaparecer cuando la Providencia nos haya hecho comprender nuestra ceguera y nuestra sordera. Cuando nos demos cuenta de cuán verdaderas son las palabras del Salvador: “Sine me nihil potestis facere”. Por esta razón, tanto al ciego del Evangelio como a cada uno de nosotros, Él pregunta: «¿Quid vis tu faciam tibi?», porque quiere que reconozcamos nuestra enfermedad y que Lo reconozcamos como nuestro único Médico. 
En estos tiempos de tribulación vemos al Mal por lo que es, en su fealdad, en su insoportable arrogancia, en su violencia verbal y física, en su inevitable carga subversiva y revolucionaria; pero precisamente por esto -a diferencia de otras épocas en que la cizaña infestaba el campo de Dios pero aún no había sofocado la mies como lo hace hoy- es la ostentación del Mal lo que ha abierto los ojos de muchos fieles, haciéndolos comprender el engaño al que habían estado sujetos. 
Pensemos en mons. Viganò: sus palabras de fuego contra la apostasía de la secta bergogliana nunca se hubieran podido oír hace sólo diez años, aun cuando todas las premisas de esta crisis habían sido ya puestas, y de hecho remitían a una conspiración de más de cincuenta años de vigencia. Y dan ganas de decir: Viganò habla como Lefebvre. “Hago y digo lo que me han enseñado”, dice el cardenal Burke. Palabras que hacen eco al Tradidi quod et accepti de San Pablo. Es cierto: son las mismas palabras de los Apóstoles, de los Santos Padres, de los Doctores de la Iglesia, de los Papas de los siglos pasados. Debido a que la fuente de la que provienen es siempre la misma, la Verdad que los ilumina es siempre idéntica, como siempre el mismo es Dios, inmutable en el tiempo. E incluso aquellos que hasta ahora no habían entendido, hoy tienen la gracia de poder recuperar la vista. 
A los mismos errores malditos de Satanás diseminados a lo largo de los siglos, opongamos con orgullo la misma y bendita Verdad de Dios, quien nos prometió la victoria final. Pero antes de que podamos saludar ese día glorioso, todos nosotros -todos: Prelados, clérigos, fieles- clamemos al cielo: «¡Domine, ut videam!», para que finalmente caiga el velo que oscurece nuestra visión espiritual. “Domine, ut audiam!», para que nuestros oídos se abran a la voz de Cristo.  
Cesare Baronio
(Traducción: Flavio Infante. Artículo original)
HASTA ACÁ ADELANTE LA FE.
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RECUERDA BARONIO: "PIENSO EN EL SILENCIO AUSTERO  DE LA RADIO EL
VIERNES SANTO: EN LAS ROSAS RECOGIDAS DEL JARDÍN PARA ARROJAR LOS PÉTALOS AL PASO
DEL SANTÍSIMO  EL JUEVES DE CORPUS DOMINI; EN LAS TELAS Y LAS ALFOMBRAS PUESTAS
PARA DECORAR LOS BALCONES CUANDO EL SEÑOR PASABA POR LA AVENIDA DE LA IGLESIA"....
        Sus recuerdos avivan los míos. Baronio en Italia, yo en Argentina; despiertan los mismos sentimientos, ¡la misma ternura nos embarga! Esos gozosos momentos vividos hace ya 70 años
los revivo como un pretérito cercano; vestidas con nuestros trajes de Primera Comunión, el mío de la Virgen de Lourdes, en lugar de la mantilla una corona de flores blancas, colgando de un brazo un canastillo desbordando pétalos de rosas los que dejábamos caer suavemente a los pies del Santísimo.
Nos habían dicho que éramos como ángeles que perfumaríamos el camino del Señor y así nos sentimos querubines; el día etéreo nos envolvió en un hálito celestial; sin duda  nos guiaba el Espíritu Santo
  Las reflexiones de Cesare Baronio son un acierto, una suma de vivencias perimidas; un paralelismo del antes y ahora; una discordancia de épocas. Exacto cuando afirma "...aquel que no tiene la gracia de la Fe no puede entender la luz resplandeciente que ésta proyecta en el alma, ni la sublime armonía que une admirablemente todas las verdades católicas..." ;"...el inexorable enceguecimiento del mundo...la sordera espiritual de la humanidad.."; y piensa "... en las monjas sombreronas en los hospitales..."
¡Cuán cierto lo que afirma! "...Eran las vicentinas pero estaban también las otras congregaciones que se extrañan enormemente en los hospitales de hoy infectados hasta en los más recónditos rincones; con sus alejamientos entró la relajación, el abandono de la ética profesional. (Esta reflexión es mía.) 
(...han pasado tanto años desde aquel tiempo, que hoy parece que estamos viviendo en otro mundo..."
(...) la verdadera venta de liquidación la hemos visto con el Concilio, con los birretes sacerdotales arrojados al Tíber...) "...el divorcio.." "...la ley sobre el aborto..."
Y en pág:. 4 llegó Bergoglio con su ¡Cambiar todo! Seguir con la revolución!  ¡Dar vuelta todo,dentro y fuera de la iglesia en unión con el Estado! ¡Antes proclamaban la separación de ambos ¿y ahora?
 Podemos parodiar : El mundo -nuestro mundo- nuestra Patria, Argentina, que se enorgullecía de ser católica, apostólica y romana- se ha vuelto ciega y sorda. Ya no quiere ver ni escuchar a Dios.
Y en pág.5: (...) pero en este mundo...... ....de obscenidades y herejías, hay ciegos y sordos que comienzan a entender qué es lo que han perdido..."
Y en.pág.6: "En estos tiempos de tribulación vemos al Mal por lo que es, en su fealdad, en su insoportable arrogancia, en su violencia verbal y física, en su inevitable carga subversiva y revolucionaria; pero precisamente por esto -a diferencia de otras épocas en que la cizaña infestaba el campo de Dios pero aún no había sofocado la mies como lo hace hoy- es la ostentación del Mal lo que ha abierto los ojos de muchos fieles, haciéndolos comprender el engaño al que habían estado sujetos."
    Acá termino mis comentarios, preguntándome si no es que debemos conocer al MAL en toda su "crudeza" diabólica y humana para "abrir el seso y despertar" ?



VIRGEN DE GUADALUPE PROTEGE A LOS NIÑOS QUE DEBAN NACER
EN EL 2020, Y A LOS QUE SE SALVARON  DEL BISTURÍ PERO A LOS QUE  LES
ESPERA  LA MUERTE DEL ALMA .


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LA SALVACIÓN ESTÁ EN LA OBEDIENCIA  Y EN LA LEALTAD -ANUNCIA FRANCISCO
 Y YO DESEO-UN PASITO MÁS Y NOS SALVAMOS


                              REFLEXIONES EN PÁG. 4- La verdadera venta de liquidación
                                   la hemos visto en el Concilio Vaticano II

miércoles, 25 de diciembre de 2019

ENSEÑANZAS MARIANAS




María
Por Colaboraciones
 23/12/2019
Francisco enseña que María, “mujer mestiza de nuestros pueblos”, no es Corredentora
El 12 de diciembre, en la homilía de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Francisco negó la participación de María en la obra redentora, calificándola de “historias” (“fábulas, cuentos”) y de “tontera” (“tontería, bobada, insignificancia”). Éstas son sus palabras:
“Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como corredentora. (…) Nunca robó para sí nada de su Hijo (…) María mujer, María madre, sin otro título esencial. (…) Y tercer adjetivo que yo le diría mirándola, se nos quiso mestiza, se mestizó. (…) Se mestizó para ser Madre de todos, se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios. Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo. Cuando nos vengan con historias de que habría que declararla esto, o hacer este otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, (…) mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios.”[1]
Los dichos de Bergoglio, además de insultantes, son completamente falsos. Si bien no ha habido hasta ahora una declaración dogmática del magisterio al respecto, la corredención de María forma parte de la revelación divina. Su fundamento escriturístico es innegable. Éste consiste en el paralelo y en la analogía existente entre Eva y la Santísima Virgen. Paralelo y analogía que se manifiestan en el papel desempeñado por ellas en relación, por un lado, con Adán en el caída original y, por el otro, con Jesucristo, nuevo Adán (Rm. 5, 14 – I Cor. 15, 22), en la reparación de la misma.
En efecto, del mismo modo que Eva participó en la caída de Adán, por su falta de fe y su desobediencia, María lo hizo en la redención, a través de su fe y su obediencia. Con su “fiat” y su consentimiento al sacrificio salvador de Jesús, María hizo posible la Redención, así como Eva, tentando a Adán a instancias de la Serpiente, había hecho posible la falta original. Es Adán quien la comete, pero Eva está íntimamente vinculada a ella, no como artífice, sino como partícipe necesaria y a  modo de causa instrumental.
De manera análoga, María, nueva Eva, participa en el acto redentor realizado por Jesucristo, nuevo Adán, no como autora, sino como partícipe necesaria -Dios así lo dispuso en su Divina Providencia-, y como causa instrumental -con su “fiat” libremente otorgado, María suministró la “materia” del sacrificio redentor, es decir, el cuerpo de la víctima expiatoria-.
Es en este sentido que debe entenderse el término “corredención” aplicado a María, como expresión de su íntima participación en la obra redentora consumada por su divino Hijo  -autor exclusivo de la misma-, y no como si la redención hubiera sido realizada por ambos, en el mismo sentido y en un pie de igualdad, como si fuesen coautores del hecho.
Así pues, a semejanza de Eva, que interviene de manera decisiva en la caída del género humano provocada por la falta de Adán, la Santísima Virgen María, Eva de la Nueva Alianza, está estrechamente involucrada en la redención operada por el nuevo Adán, Jesucristo.
Veamos lo que dice al respecto San Ireneo, Padre y Doctor de la Iglesia, discípulo de San Policarpo, quien, a su vez, lo había sido del apóstol San Juan, en su obra “Contra los herejes”:
“En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: «He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38); a Eva en cambio indócil, pues desobedeció siendo aún virgen. Porque como aquélla, (…) habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). (…) Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.”[2]
Citemos ahora al gran doctor mariano San Luis María Grignon de Montfort:
“Lo que Lucifer perdió por orgullo lo ganó María con la humildad. Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia lo salvó María con la obediencia. Eva, al obedecer a la serpiente, se hizo causa de perdición para sí y para todos sus hijos, entregándolos a Satanás; María, al permanecer perfectamente fiel a Dios, se convirtió en causa de salvación para sí y para todos sus hijos y servidores, consagrándolos al Señor. -53- (…) Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra, le otorgó, gratuitamente – respecto de su Majestad- todos los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza: “Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia”, dicen los santos. -74-.”[3]
Cito ahora por partida doble a Pío XII, primero en una alocución dirigida a los peregrinos de Génova del 22 de abril de 1940:
“De hecho, ¿no son Jesús y María los dos amores sublimes del pueblo Cristiano? ¿No son acaso el nuevo Adán y la nueva Eva a quienes el Árbol de la cruz une en el dolor y el amor para redimir el pecado de nuestros primeros padres en el Edén?”[4]
Y luego, en su constitución apostólica Munificentissimus Deus, en la que definió solemnemente el dogma de la Asunción de María al Cielo en cuerpo y alma:
“Pero ya se ha recordado especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a él, en aquella lucha contra el enemigo infernal que, como fue preanunciado en el protoevangelio (Gn 3, 15), habría terminado con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte, siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes (cfr. Rom cap. 5 et 6; 1 Cor 15, 21-26; 54-57). Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal (n. 39).”[5]
Transcribo seguidamente otras citas pontificias sobre esta cuestión:
León XIII: “Cuando María se ofreció a si misma completamente a Dios junto con su Hijo en el templo, ya estaba compartiendo con Él la dolorosa expiación a favor de la raza humana. Es seguro, por tanto, que sufrió en lo más profundo de su alma con los sufrimientos más amargos y los tormentos de Él. Finalmente, fue precisamente frente a los ojos de María que el sacrificio divino, por el cual Ella había nacido y alimentado a la víctima, tuvo que ser consumado; vemos que estuvo Su Madre frente a la Cruz de Jesús (…) voluntariamente ofreciendo a su Hijo a la divina justicia, muriendo con Él en su corazón, atravesada con la espada de dolor”. Encíclica Jacunda Semper, 1894.[6]
San Pío X: “A todo esto hay que añadir, en alabanza de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos la materia de su carne con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo.” Encíclica Ad diem illum, 1904.[7]
Benedicto XV: “El hecho de que Ella estuvo con su Hijo, crucificado y agonizante, fue de acuerdo al plan divino. Hasta tal punto entregó sus derechos maternales sobre su Hijo para la salvación del hombre, y lo inmoló -hasta donde la fue posible- para calmar la justicia de Dios, que podemos correctamente decir que redimió a la raza humana junto con Cristo.” Carta Apostólica Inter Sodalicia, 1918.[8]
Pío XI: “O Madre del amor y de la misericordia quien, cuando vuestro dulcísimo Hijo estaba consumiendo la Redención de la raza humana en el altar de la cruz, permanecisteis de pie junto a Él, sufriendo con Él como la Corredentora. (…) Conserva en nosotros, os lo suplicamos, e incrementa día a día, los frutos preciosos de Su Redención y la compasión de su Madre.” Oración en la clausura del Jubileo de la Redención, 1933.[9]
Pío XII: “Fue Ella quien, libre de toda mancha personal y original, unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos maternos y de su materno amor, por todos los hijos de Adán manchados con su deplorable pecado; de tal suerte que la que era Madre corporal de nuestra Cabeza, fuera, por un nuevo título de dolor y de gloria, Madre espiritual de todos sus miembros. (51)” Encíclica Mystici Corporis, 1943.[10]
No puedo evitar relacionar esta desafortunada salida bergogliana con la que profiriera un año atrás, el 21 de diciembre de 2018, con motivo del discurso navideño ofrecido al personal del Vaticano, impugnando solapadamente la Concepción Inmaculada de María:
“Entonces, ¿quién es feliz en el Belén? La Virgen y San José están llenos de alegría: miran al Niño Jesús y son felices porque, después de mil preocupaciones, han aceptado este Regalo de Dios, con tanta fe y tanto amor. Están “rebosantes” de santidad y, por lo tanto, de alegría. Y me diréis vosotros: ¡Anda, claro! ¡Son la Virgen y San José! Sí, pero no pensemos que haya sido fácil para ellos: los santos no nacen, se hacen, y esto vale también para ellos.”[11]
Así pues, según Francisco, María se caracterizaría esencialmente por ser una “mujer-madre-mestiza-discípula” -todos atributos de orden puramente natural y que podrían corresponder a infinidad de personas-, pero no cabría atribuirle los títulos de Inmaculada -preservada de todo vínculo con la falta original- ni de Corredentora -cooperadora en la reparación de dicha  falta-, los cuales no merecerían otro calificativo que el de meras “historias” o “tonteras”…
Todo esto sin poder detenernos como convendría en el empleo esperpéntico del término “mestizar” aplicado a María en referencia a la Encarnación. Digamos simplemente que, amén de constituir una novedad absoluta en materia teológica, la noción de “mestizaje” es totalmente inapropiada, ya que supone una mezcla o confusión de elementos, cosa que no sucede en Jesucristo, cuyas dos naturalezas, divina y humana, permanecen perfectamente distintas, unidas en la persona del Verbo, unidad que la teología denomina “hipostática”.
Además de ser una palabra que implica la dimensión generativa, lo cual resulta chocante en alusión a la Santísima Virgen. Sin dejar de mencionar, por último, ya en un plano de índole política e ideológica, el “mundialismo” o “globalismo” preconizado sistemáticamente por la ONU -con la anuencia manifiesta del Vaticano-, una de cuyas características principales es el “inmigracionismo”, con el consiguiente “mestizaje” y la disolución de la identidad cultural y religiosa de las naciones occidentales, el famoso “multiculturalismo”.
Para concluir, añado a continuación un apéndice con un repertorio de citas tomadas de viejos artículos, a fin de intentar analizar los despropósitos de Bergoglio en relación a la Santísima Virgen, los que ponen en evidencia no sólo una grave heterodoxia doctrinal, sino, sobre todo, una muy perturbadora tendencia al ultraje para con la Madre de Dios…
APÉNDICE
1. María y la Iglesia son defectuosas.
Durante la Audiencia general del 11 de septiembre de 2013, Francisco dijo que María y la Iglesia « tienen defectos », pero que debemos « comprenderlos » y « taparlos », e incluso, « quererlos ». Éstas son sus palabras:
« La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de la Virgen, y lo que se dice de la Virgen se puede decir también de la Iglesia. […] ¿Amamos a la Iglesia como se ama a la propia mamá, sabiendo incluso comprender sus defectos? Todas las madres tienen defectos, todos tenemos defectos, pero cuando se habla de los defectos de la mamá nosotros los tapamos, los queremos así. Y la Iglesia tiene también sus defectos: ¿la queremos así como a la mamá, le ayudamos a ser más bella, más auténtica, más parecida al Señor?[12] »
2. María al pie de la Cruz se sintió engañada.
Durante una homilía pronunciada el viernes 20 de diciembre en la capilla de la Casa Santa Marta, en el Vaticano, Francisco dió a entender que la Santísima Virgen María experimentó sentimientos de rebeldía al pie de la Cruz, que fue tomada de improviso por la Pasión de su divino Hijo, que creyó que las promesas formuladas por el ángel Gabriel el día de la Anunciación no eran sino mentiras y que, por ende, había sido engañada. Cito el pasaje: 
« Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado! »
Estas palabras son sencillamente escandalosas. La tradición nunca ha atribuido a María sentimientos de revuelta ante el sufrimiento. Su disposición permanente en toda circunstancia fue la que tuvo el día de la Anunciación: « He aquí la servidora del Señor, que me sea hecho según tu palabra. » (Lc. 1, 38) La Iglesia venera a María como Reina de los Mártires, lo que no habría sido posible si no hubiese consentido a realizar el infinito sacrificio que Dios le pedía: hacer entrega de la vida de su divino Hijo con miras a la salvación de la humanidad caída, y del cual ella era plenamente consciente desde la profecía que le hiciera Simeón el día de la Presentación del Niño Jesús en el Templo: « Y a tí una espada te atravesará el alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones. » (Lc. 2, 35)
Como lo explica San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia, en su obra Las glorias de María: « Cuanto más amaba a Jesús, tanto más su sufrimiento se acrecentaba, al considerar que debía perderlo por una muerte tan cruel. Cuanto más se acercaba el tiempo de la Pasión de su Hijo, tanto más desgarraba su corazón de madre  la espada de dolor predicha por Simeón. » (Segunda parte, Primer Dolor) Y también: « (…) María, quien por amor de nosotros consintió en verlo inmolado a la justicia divina por la barbarie de los hombres. Los espantosos tormentos que María padeció, tormentos que le significaron más de mil muertes (…) Contemplemos unos instantes la amargura de esta pena, que hizo de la divina Madre la Reina de los mártires, dado que su martirio sobrepasa el de todos los mártires (…) Como la Pasión de Jesús comenzó a su nacimiento, según San Bernardo, así María, semejante en todo a su divino Hijo, sufrió el martirio durante toda su vida. » (Segunda parte, Discurso XI)
Nunca hubo signo alguno de rebeldía ni de ignorancia en María, sino una completa sumisión a la voluntad divina y una total conciencia, en su acto libre y voluntario de consentimiento a la inmolación de su divino Hijo para la salvación de los hombres. Así como Eva fue íntimamente asociada a la falta de Adán, así también María, la nueva Eva, fue asociada estrechamente al sacrificio redentor de Jesús, el nuevo Adán, sobre el altar de la Cruz. Esa es la doctrina tradicional de la Santa Iglesia de Dios, en conformidad con la revelación divina, en las antípodas de los dichos impíos y blasfematorios proferidos por Francisco.
3. Francisco acepta los crucifijos marxistas del comunista Evo Morales…
Francisco recibió de manos del presidente boliviano Evo Morales un crucifijo en forma de hoz y martillo, al igual que la condecoración Padre Luis Espinal, insignia honorífica ofrecida por el Congreso boliviano, sobre la cual también figura el crucifijo blasfematorio concebido por el jesuita partidario de la revolución marxista, a cuya tumba Francisco acudió para rendirle homenaje como a un mártir, para recordarlo como a «un hermano nuestro, víctima de intereses que no querían que se luchara por la libertad de Bolivia. El P. Espinal predicó el Evangelio y ese Evangelio molestó y por eso lo eliminaron. […] Que el Señor tenga en su gloria al P. Luis Espinal que predicó el Evangelio, ese Evangelio que nos trae la libertad, que nos hace libres[13]                                                              Sobre el crucifijo comunista de Espinal, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el Padre Lombardi, afirmó que el autor había querido «representar el diálogo con quienes luchan por la justicia de una manera que sobrepasa las fronteras de la iglesia[14]
Francisco dijo que el regalo no le había chocado y explicó que Espinal «era un entusiasta de este análisis marxista de la realidad, y también de la teología, usando el marxismo. De ahí surgió esta obra. También las poesías de Espinal son de ese género protesta: era su vida, era su pensamiento, era un hombre especial, con tanta genialidad humana, y que luchaba de buena fe. Haciendo una hermenéutica del género, entiendo esta obra. Para mí no ha sido una ofensa[15]
Es decir que Francisco no sólo justificó la toma de posición ideológica de Espinal, así como su obra sacrílega, calificada de « arte contestatario », una « crítica del cristianismo que hizo alianza con el imperialismo », en vez de designarla con su verdadero nombre de « arte blasfematorio », sino que además la elogió, afirmando que el « teólogo de la liberación » y « mártir » de la revolución comunista Espinal luchaba « de buena fe », que « predicaba el Evangelio » y que su escultura es una expresión de « genialidad humana ».
4. ¡Y los ofrece a la Virgen de Copacabana!
Francisco visitó el santuario de Nuestra Señora de Copacabana, la Santa Patrona de Bolivia, para ofrecerle las distinciones recibidas del presidente Morales. He aquí la alocución que dirigió con motivo de la ofrenda que hizo a María de las dos condecoraciones, incluida la medalla ornada con el famoso crucifijo comunista del Padre Espinal:
“El Señor Presidente de la Nación en un gesto de calidez ha tenido la delicadeza de ofrecerme dos condecoraciones en nombre del pueblo boliviano. Agradezco el cariño del pueblo boliviano y agradezco esta fineza, esta delicadeza del Señor Presidente y quisiera dejar estas dos condecoraciones a la Patrona de Bolivia, a la Madre de esta noble Nación para que Ella se acuerde siempre de su pueblo y también desde Bolivia, desde su Santuario, donde quisiera que estuvieran […] Recibe como obsequio del corazón de Bolivia y de mi afecto filial los símbolos del cariño y de la cercanía que -en nombre del Pueblo boliviano- me ha entregado con afecto cordial y generoso el Señor Presidente Evo Morales Ayma, en ocasión de este Viaje Apostólico, que he confiado a tu solicita intercesión. Te ruego que estos reconocimientos, que dejo aquí en Bolivia a tus pies, y que recuerdan la nobleza del vuelo del Cóndor en los cielos de los Andes y el conmemorado sacrificio del Padre Luis Espinal, S.I., sean emblemas del amor perenne y de la perseverante gratitud del Pueblo boliviano a tu solicita y fuerte ternura[16].”
Recapitulemos : Francisco aceptó un obsequio y una distinción en los que el Santo Cuerpo de Jesús era profanado de un modo sacrílego y blasfematorio, agradeció al comunista Evo Morales que se los había entregado,  justificó el « arte contestatario » del jesuita apóstata Espinal, « artista » del cual efectuó un encendido elogio, calificándolo de « mártir del Evangelio ». Por último, como frutilla del postre, decidió obsequiar la abominable medalla a la Madre de Cristo como un emblema del « amor que le tiene el pueblo boliviano ». En lo que atañe al crucifijo marxista, del cual dijo que no lo había escandalizado en absoluto, Francisco explicó a los periodistas que se lo quedaría, llevándoselo consigo a Roma.
5. María, rebelde a causa del sufrimiento.
Francisco dio a entender que, ante el sufrimiento de ver a su Hijo en la Cruz, la Virgen podría haber dudado de la promesa que Dios le había hecho en la Anunciación a través del Angel Gabriel. Es entonces cuando ella habría pecado contra la fe y, al no consentir libremente el sacrificio de Jesús, no habría participado en su obra redentora. Peor aún, habría blasfemado, acusando a Dios de haberla engañado:
Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado![17]
De acuerdo con Francisco, esta actitud de María se debería al hecho de que no hay respuesta al sufrimiento, lo que habría provocado su revuelta al pie de la Cruz[18]:
Tantas veces pienso en la Virgen, cuando le han dado el cuerpo muerto de su Hijo, todo herido, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Y qué hizo la Madre? ‘‘¿Llévatelo?’’. No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen comprendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y dentro de sí, con aquel cuerpo -tan herido, que había sufrido tanto antes de morir- en sus brazos, por dentro seguramente tendría ganas de decir al Ángel: “¡Mentiroso! Me has engañado”.
Esta idea no es solamente falsa, contraria a la revelación divina, sino también lisa y llanamente blasfematoria, ya que es de fe que María consintió el sacrificio redentor de su Hijo, nuevo Adán, desde el instante de la Anunciación. Ella no ignoraba los sufrimientos que su consentimiento libre y lúcido a la obra redentora de Jesús le acarrearía, los que le habían sido anunciados cuando la presentación del niño Jesús en el Templo: 
Simeón los bendijo y dijo a su madre María: He aquí que este Niño ha sido puesto para caída y elevación de muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón, a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones. (Lc. 2, 34-35)
Francisco desarrolló esa idea, completamente extranjera al cristianismo, en ese mismo discurso:
Hay también una pregunta cuya explicación no se aprende en la catequesis. Es la pregunta que tantas veces me he hecho, y tantos de ustedes, tanta gente se la hace: ‘‘¿Por qué sufren los niños?’’. Y no hay explicación. (…) No sé qué cosa más decir, de verdad, porque estas cosas me impresionan tanto. Tampoco yo tengo respuesta. ‘‘Pero es el Papa, ¡debe saberlo todo!’’. No, no hay respuesta para estas cosas (…).
Verdadero leitmotiv de la « enseñanza » bergogliana, he aquí otros ejemplos, esta vez dirigiéndose a niños que lo interrogan acerca del sufrimiento:
Esta pregunta es una de las más difíciles de responder. ¡No hay respuesta! Hubo un gran escritor ruso, Dostoyevski, que había planteado la misma pregunta: ¿por qué sufren los niños? Sólo se puede elevar los ojos al cielo y esperar respuestas que no se encuentran. No hay respuesta para esto, Rafael[19].
La mujer es capaz de hacer preguntas que los hombres no terminamos de entender. Presten ustedes atención. Ella hoy ha hecho la única pregunta que no tiene respuesta. […] La gran pregunta: ¿Por qué sufren los niños?[20] 
 Ella fue la única que hizo la pregunta que no se puede responder: “¿Por qué sufren los niños?”[21].
Decir a unos pobres niños que no hay respuesta para su sufrimiento, que el mal es absurdo y gratuito, equivale a decirles que Dios es cómplice de su dolor puesto que, a pesar de su omnipotencia, no hace nada para impedirlo. El mensaje es cristalino: se hace a Dios responsable de su dolor ya que Él rehúsa socorrerlos. En definitiva, Dios sería indiferente al sufrimiento humano, lo que lo vuelve odioso, cruel y malvado. Las palabras de Francisco son la negación tácita de la amorosa obra redentora de Nuestro Señor, así como de la misión por El atribuida a la Iglesia, su Cuerpo Místico, de perpetuar su obra salvadora a la espera de su segunda venida.
Ese mensaje, para colmo viniendo de quien supuestamente es el Vicario de Jesucristo en la tierra, es criminal. Y, para decirlo sin rodeos, lisa y llanamente diabólico…
6. Jesús pide perdón a María y José.
Según Francisco, Jesús tuvo que pedir perdón a sus padres a causa de su « travesura » en el Templo de Jerusalén. Y sus padres, naturalmente, le significaron su desaprobación. Manifiestamente, Francisco tiene el sentido de la oportunidad, ya que tuvo la delicadeza de hacer este « cumplido » a Jesús, María y José con motivo de la homilía de la fiesta de la Sagrada Familia, el 27 de diciembre de 2015, en la basílica de San Pedro. Sepan disculpar la extensión de la cita, pero es necesaria para poder captar plenamente la gravedad que revisten las palabras del formidable blasfemador argentino:
« Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su aventura[22], probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Estos momentos, que con el Señor se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de demostrar amor y obediencia, también forman parte de la peregrinación de la familia[23]. »
Estamos ante una versión distorsionada de la Pérdida y el Hallazgo del Niño Jesús en el Templo. Bien sabemos que la respuesta de Nuestro Señor a la Virgen y a San José fue muy distinta y que, lejos de serle necesario pedir disculpas, recordó su deber de « ocuparse de las cosas de Su Padre ». Sabemos igualmente que la Virgen « guardaba estas cosas en su corazón ». Esta ocurrencia bergogliana, sin precedentes en los anales cristianos, de pretender presentar a Jesús como si hubiese sido un niño « travieso », es de una impiedad tal que hiela la sangre…
7. María desobedece y engaña a San Pedro.
El 15 de agosto de 2013 Francisco visitó la comunidad de Clarisas contemplativas del monasterio de Albano. Allí explicó a las religiosas, en un tono pretendidamente humorístico, que María se había rebelado contra San Pedro, le había desobedecido y, a hurtadillas, durante el transcurso de la noche, sin nadie que pudiera verla, había conseguido que todo el mundo se salvara:
« Radio Vaticana[24] conversó con dos de las religiosas [clarisas, del monasterio de Albano] que estuvieron en el encuentro de casi 45 minutos con el Santo Padre. La Madre Vicaria, Sor María Concetta, dijo que el Papa “estaba tranquilo, distendido como si no tuviera nada que hacer o como si no pensara en alguna cosa. Nos ha hablado -de un modo que nos tocó mucho- de María, en esta Solemnidad de la Asunción, porque la mujer consagrada es un poco como María. Nos ha contado una bella historia que nos ha hecho reír a todos, incluso a él mismo: María está en el Paraíso; San Pedro no siempre abre la puerta cuando llegan los pecadores y por eso María sufre un poco, pero se queda quieta. Y en la noche, cuando se cierran las puertas del Paraíso, cuando nadie ve u oye nada, María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos[25].” »
Visiblemente, Francisco se complace y se regocija injuriando a la Madre de Dios. Para él, Nuestra Señora se habría arrogado el carácter de una especie de « tribunal de apelación » subrepticio a las sentencias divinas. Estamos ante otra blasfemia inaudita, maliciosamente disfrazada de humor, y que hizo un daño enorme a las almas de las religiosas, como puede verse por el comentario de la Madre Vicaria.  
8. María llama mentiroso a Dios.
Nuestra Señora, al pie de la Cruz, se habría sublevado contra Dios, tildándolo de mentiroso. Éstas son sus declaraciones, efectuadas el 20 de diciembre de 2013, con motivo de una homilía dada en la Casa Santa Marta:
« Ella estaba silenciosa, pero en su corazón, ¡cuántas cosas le decía al Señor! ¡Tú, aquel día, me dijiste que sería grande; me dijiste que le darías el trono de David, su padre, que reinaría para siempre y ahora lo veo aquí! ¡La Virgen era humana! Y tal vez tenía ganas de decir: ¡Mentiras! ¡Me han engañado![26] » 
Francisco reiteró esta odiosa afrenta hacia la madre de Jesús en numerosas ocasiones. Veamos lo que dijo el 29 de mayo de 2015, nuevamente durante un sermón pronunciado en Santa Marta:
« Muchas veces pienso en la Virgen, cuando le dieron el cuerpo muerto de su Hijo, tan destrozado, escupido, ensangrentado, sucio. ¿Qué hizo la Virgen? ¿Lleváoslo? No, lo abrazó, lo acarició. Tampoco la Virgen lo entendía. Porque, en aquel momento, se acordaría de lo que el Ángel le había dicho: Será Rey, será grande, será profeta, y dentro de sí, con aquel cuerpo -tan herido, que había sufrido tanto antes de morir- en sus brazos, por dentro seguramente tendría ganas de decir al Ángel: “¡Mentiroso! ¡Me has engañado!”[27]. » 
Procuremos descifrar el mensaje que Francisco nos transmite a propósito de la Madre de Dios y Reina de los Ángeles. De acuerdo con su visión, María no comprende lo que le sucede a Jesús, María no entiende el sentido de su sufrimiento, María al pie de la Cruz se rebela contra Dios en su corazón, piensa que ha sido engañada por el ángel Gabriel en la Anunciación, no consiente libre y lúcidamente el sacrificio redentor de su Hijo; por consiguiente, María no es Nuestra Señora de los Siete Dolores ni la Reina de los Mártires. María, evidentemente, no comprendió la profecía de Simeón durante la Presentación del Niño Jesús en el Templo, no sabe por qué está allí y desconoce el sentido de su misión. En definitiva, María ignora cuál es el papel que le corresponde en el plan de la salvación…
Ésta es la versión bergogliana del rol desempeñado por Nuestra Señora el Viernes Santo, en el Calvario, al pie de la Cruz, cuando se realizaba la Redención del género humano. Esta versión inaudita del papel que le correspondió a  María en la Pasión de Jesús es sencillamente luciferina. Y me atrevo a decir que el hecho de no percatarse de ello constituye un signo inequívoco de ceguera espiritual.
Sin embargo, la obsesión blasfemadora de Francisco no se detuvo ahí. ¿Y por qué tendría que haberlo hecho? Puesto que nadie lo enfrenta y que visiblemente este hombre carece de todo temor de Dios… En efecto, de acuerdo con su peculiar exégesis bíblica, la Santísima Virgen María no habría sido la única que habría blasfemado contra Dios: su divino Hijo, Nuestro Señor Jesucristo en persona, no se habría quedado atrás. Éstos son sus dichos del 30 de septiembre de 2014 durante un sermón en Santa Marta:
« Jesús, cuando se lamenta -‘‘Padre, ¡por qué me has abandonado!’’- ¿blasfema? El misterio es éste. Tantas veces yo he escuchado a personas que están viviendo situaciones difíciles, dolorosas, que han perdido tanto o se sienten solas y abandonadas y vienen a lamentarse y hacen estas preguntas: ¿Por qué? ¿Por qué? Se rebelan contra Dios. Y yo digo: ‘‘Sigue rezando así, porque también ésta es una oración’’. Era una oración cuando Jesús dijo a su Padre: ‘‘¡Por qué me has abandonado!’’[28]. »
Así pues, de acuerdo con Francisco, Jesús y María se sublevaron contra Dios. Y en su desamparo, blasfemaron. Pero eso, no obstante, fue una verdadera plegaria de su parte, a no dudarlo. Por lo cual Francisco estimula a la gente angustiada por el sufrimiento a seguir el ejemplo de Jesús y de María, sublevándose ellos también contra Dios, blasfemando ellos también contra Dios, contra ese ser malvado y cruel que se desentiende del sufrimiento humano, el cual es, obviamente, absolutamente gratuito e incomprensible…
Francisco nos explica así que, en el preciso momento en el cual nuestro divino Salvador realizaba la redención del género humano a través del sacrificio voluntario de su vida en el altar de la Cruz, Él habría blasfemado contra su Padre, rebelándose contra su designio salvífico. Y que, al mismo tiempo, Nuestra Señora, en vez de asociarse de manera lúcida y libre al sacrificio redentor de su Hijo, también habría blasfemado contra la voluntad de Dios, estimándose engañada por la promesa que el ángel Gabriel le había hecho en la Anunciación acerca de la misión de Jesús.
El momento crucial  de la historia de la salvación se vuelve así, de acuerdo con el relato inaudito que propone Francisco, un acto de revuelta y de blasfemia contra Dios, de modo tal que el nuevo Adán y la nueva Eva en el Calvario no se habrían conducido mejor que nuestros primeros padres, quienes actuaron bajo el influjo del demonio en el Paraíso terrenal cuando consumaron la falta original. La salvación, entonces, no se habría distinguido esencialmente de la caída, dado que la revuelta contra la voluntad divina habría constituido el común denominador y que Satanás  habría estado presente en el origen de esos dos momentos decisivos de la historia de la humanidad.
Ésa es la doctrina que Francisco propone a los creyentes: luciferianismo en estado puro.  Esto podrá parecer excesivo a algunos, pero, habida cuenta de sus incesantes herejías y de sus espantosas blasfemias, me parece que no queda otro calificativo disponible. Además, esto no debería sorprendernos demasiado: ¿acaso Nuestro Señor en persona no nos advirtió, en su discurso escatológico, que el poder de engaño del que dispondrían los falsos profetas que precederán su segunda venida será tal que, de ser posible, engañarán aun a los elegidos?[29]
Alejandro Sosa Laprida


[22] Francisco empleó el término italiano scappatella, cuyo significado es desliztravesura. La definición del diccionario italiano es la siguiente: « Lieve trasgressione ai doveri morali e di fedeltà, soprattutto a quelli coniugali », es decir, que la noción de transgresión moral y de ruptura de la confianza es inherente al sentido de este vocablo: http://dizionari.corriere.it/dizionario_italiano/S/scappatella.shtml 
También conlleva la idea de falta de reflexión y de ligereza: « Trasgressione temporanea e non grave di principi comunemente accettati; azione compiuta con leggerezza e sventatezza: scappatelle da ragazzi »http://dizionario.internazionale.it/parola/scappatella.
Huelga decir que aplicar tales nociones al comportamiento de Nuestro Señor es algo completamente inaceptable y escandaloso. Y que quien lo haga sea nada menos que el supuesto Vicario de Jesucristo en la tierra y Sucesor de San Pedro, es algo sencillamente inconcebible y manifiestamente diabólico…
[29] Para mayor información sobre las innumerables herejías y blasfemias de Francisco, se pueden consultar los libros Tres años con Francisco: la impostura bergogliana y Cuatro años con Francisco: la medida está colmada, publicados por las Éditions Saint-Remi en cuatro idiomas (castellano, inglés, francés e italiano):
http://saint-remi.fr/es/livres/1436-tres-anos-con-francisco-la-impostura-bergogliana.html
http://saint-remi.fr/fr/anti-liberalisme/1497-cuatro-anos-con-francisco-la-medida-esta-colmada.html
http://saint-remi.fr/fr/35-livres#/filtre_auteur-miles_christi
Al igual que el libro Con voz de dragón. Francisco: ¿Vicario de Cristo o Precursor del Anticristo?, publicado por Cruzamante en 2017:
https://www.catolicosalerta.com.ar/bergoglio2018/con-voz-de-dragon-tapa-y-contratapa.pdf