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ESCRITA POR BALMES EN 1841 |
TEMA 1-RAZONES FUNDAMENTALES
DE NUESTRA SANTA RELIGIÓN.
En el
curso de esta obrita no he querido emplear el común sistema de preguntas y respuestas, porque proponiéndome inculcar en
el ánimo de los niños las razones fundamentales de nuestra Santa Religión, y
queriendo por consiguiente evitar el que las aprendiese de rutina, me ha
parecido conveniente exponerlas de manera, que con la misma novedad del método
se llamase y fijase más su atención. Además se ha de tener presente que en mi
juicio, el estudio de esta obrita debe reservarse para los niños algo
adelantados en edad; y por tanto desaparece ya el pequeño embarazo que podría
ofrecer el no estar arreglada por el método de preguntas y respuestas.
Sin
embargo para ahorrar en lo posible a los señores maestros todo nuevo trabajo, he
echado mano de dos medios: 1° Disponer de tal suerte el título de casi todos
los capítulos…..(…) 2° Añadir el diálogo que viene a continuación, donde se
encontrará en brevísimo espacio lo principal de la obrita. (PARA ESTOS DOS PUNTOS
LEER EL INDICE).
SEGUIRÁ TEMA 2-: "PRUEBAS DE LA RELIGIÓN"
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UN POCO DE HISTORIA DE ESTE GRAN CATÓLICO
Litografía de N. González, Madrid.
Jaime Balmes y Urpiá nace en Vich (Barcelona) el 28 de agosto de 1810 y es
bautizado, el mismo día, en la Seo de dicha ciudad con los nombres de Jaime
Luciano Antonio.3
El curso 1825-1826 estudia el primer año de Teología, también en el seminario de Vich. Los
cuatro cursos siguientes de Teología los hace, merced a una beca que le ha sido
concedida en el Colegio de San Carlos, en la Universidad de
Cervera.
El 20 de septiembre de 1834, en la capilla del Palacio episcopal de Vich,
es ordenado sacerdote de manos del obispo Pablo
de Jesús Corcuera. Prosigue sus estudios de Teología y, ahora
también, de Cánones, nuevamente en la Universidad de
Cervera. Finalmente, en 1835, recibe los títulos de Doctor en
Sagrada Teología y bachiller en Cánones.
A continuación realiza varios intentos para dar clases en la Universidad de
Barcelona y al no conseguirlo se dedica por algún tiempo a dar
clases particulares en Vich. Finalmente el
Ayuntamiento de dicha ciudad le nombra, en 1837, profesor de Matemáticas, cargo que desempeña durante
cuatro años. En 1839 ha fallecido su madre, Teresa Urpiá. En 1841 se traslada a
vivir a Barcelona.
En estos últimos años ha comenzado ya su actividad creativa y colabora en
diversos periódicos y revistas: La Paz, El Madrileño
Católico, La Civilización, además de varios opúsculos que
llaman poderosamente la atención de los lectores.
Es a partir de este año de 1841 cuando «estalla» el genio de Balmes y
desarrolla una actividad frenética y portentosa que en pocos meses sus escritos
y su personalidad serán admirados en toda Europa. Según la profesora Alexandra
Wilhelmsen, después de la primera guerra
carlista, fue un activo militante y propagandista de la causa
de Don Carlos.4
Durante los años siguientes expondrá sus ideas políticas y sociales, y sus
argumentaciones apologéticas, en cientos de artículos, a través de diversos
medios como la revista quincenal La Sociedad y el periódico
semanal El Pensamiento
de la Nación, del que asume, además, la dirección y publicación.
Desde este periódico postuló el enlace matrimonial entre Isabel II y
su primo Carlos
Luis de Borbón y Braganza (hijo de Carlos María Isidro), con el
que pretendía resolver el pleito dinástico.
En 1841 escribe La religión demostrada al alcance de los niños;
en 1842 El Protestantismo comparado con el Catolicismo, en sus
relaciones con la civilización, una gran obra de filosofía de la historia.
E inmediatamente viaja a París y Londres para tramitar las traducciones en
francés e inglés.
En 1843 se produce el fallecimiento de su padre, Jaime. Y en 1844 fija su
domicilio en Madrid, donde dirige su periódico, y se
convierte en el inspirador doctrinal del Partido
Monárquico Nacional, también conocido como «partido balmista»,
encabezado por el marqués de
Viluma.
Al año siguiente, 1845, realiza un nuevo viaje a París y desde allí lo hace
a Bélgica, donde tiene oportunidad de contactar con Mons. Pecci -Vincenzo
Gioacchino Raffaele Luigi Pecci (1810-1903)-, quien años después entraría en la
historia del papado de la Iglesia católica con
el nombre de León XIII (1878-1903).
Ese mismo año publica El criterio,
tal vez su mejor y más difundida obra. Y en sucesivos años, una obra cada
año, Cartas a un escéptico en materia de religión, Filosofía
fundamental, Filosofía elemental y también, a finales de
1847, el controvertido opúsculo Pío IX, para el que ha tenido que
viajar a París en busca de documentación. Esta última obra le produjo
innumerables sinsabores precisamente en una etapa en la que Jaime Balmes ya se
sentía enfermo. El año anterior, ante la campaña difamatoria que sus
adversarios organizaron contra él a través de diversos medios de comunicación,
se había visto obligado a publicar en El Pensamiento de la Nación (19
de agosto de 1846) un extenso artículo bajo el título de «Vindicación
personal», en el que desmontaba todas las acusaciones; es lo que algunos
autores denominan como «Autobiografía».
Mientras tanto es nombrado socio de la Academia de Religión de Roma y socio
de honor y de mérito de la Academia Científica y Literaria de Profesores, de
Madrid. El 18 de febrero de 1848 es nombrado también miembro de la Real Academia
Española, pero no llegó a tomar posesión porque ya el día 14 de
febrero había salido de Madrid hacia Barcelona ante la evolución de su
enfermedad.
Aquella enfermedad, tisis pulmonar tuberculosa aguda,
progresaba corrosivamente, y Balmes fue consciente de ello. El 27 de mayo se
traslada con sus hermanos a su ciudad natal, Vich,
donde muere a las tres y cuarto de la tarde del 9 de julio de 1848.
Desde el 4 de julio de 1865 sus restos descansan en el panteón erigido en
el centro del claustro de la Catedral de Vich.
Generalmente la filosofía de Balmes es entendida meramente como «filosofía
del sentido común», cuando en realidad se trata de algo bastante más complejo.
Tanto en Filosofía fundamental como en Filosofía
elemental (siendo esta segunda obra de carácter más divulgativo) se
trata el tema de la certeza.
Balmes divide la verdad en tres clases irreductibles, si bien hablamos de
la misma cual si sólo fuera una. Estas son las verdades subjetivas, las
verdades racionales y las verdades objetivas. El primer tipo de verdad, la
subjetiva, puede ser entendida como una realidad presente para el sujeto, que
es real pero depende de la percepción del hablante. Por ejemplo, afirmar que se
tiene frío o que se tiene sed son verdades subjetivas. El segundo tipo, la
racional, es la verdad lógica y matemática, valiendo como ejemplo cualquier
operación de este tipo. Finalmente, la verdad objetiva se entiende como aquella
que —aún percibida por todos— no entra dentro de la categoría de verdad
racional: afirmar que el cielo es azul, o que en el bosque hay árboles.
Los tres tipos de verdad son irreductibles, y los métodos de captación
difieren de una a la otra. Por ello, es menester que la filosofía plantee en
primer lugar qué tipo de verdad buscamos.
Para Balmes no existe la posibilidad de dudar de todo: haciendo afirmación
tal, olvidamos que hay una serie de reglas del pensar que admitimos como
verdades para poder dudar. De forma similar a lo planteado por San Agustín o Descartes, afirmar que dudamos implica
necesariamente la certeza de que estamos dudando. De esta manera, también la
duda es una certeza. Es imposible un auténtico escéptico radical, pues no
existe la duda universal.
La certeza es natural e intuitiva como la duda, y anterior a la filosofía.
Así, la certeza común y natural engloba también a la certeza filosófica
cartesiana. Para llegar a esta certeza, son necesarios los llamados
«criterios», los medios mediante los cuales podemos acceder a la verdad. Hay
gran cantidad de criterios por haber, también, varios tipos de verdades. Sin
embargo, Balmes prefiere distribuirlos en tres: los criterios de conciencia,
los de evidencia y los de sentido común. Son éstos los criterios para acceder a
los tres tipos de verdad. Definir como «filosofía del sentido común» el corpus
del pensamiento de Balmes no se debe tanto a su concepción del sentido común
como inherente al quehacer filosófico, sino especialmente por su definición de
este sentido como criterio para alcanzar una certeza. Llegados a este punto,
cabe señalar la relación de las verdades subjetivas con los criterios de
conciencia, las verdades racionales con los de evidencia y finalmente, las
verdades objetivas accesibles mediante el criterio del llamado «sentido común».
Por ello, Balmes defiende que la metafísica no debe sostenerse solamente
sobre una columna, sino sobre tres que se corresponden con las tres verdades:
así, el principio de conciencia cartesiano, el cogito ergo sum es una verdad
subjetiva, mientras que el principio de
no contradicción aristotélico es verdad racional. Finalmente,
el sentido común, el instinto intelectual (tal vez sea «instinto intelectual»
un término más específico que «sentido común») nos presenta la llamada verdad
objetiva. Es imposible encontrar una verdad común a los tres principios.
De esta manera, Balmes niega la exclusividad de las teorías de los
filósofos: la filosofía es la plenitud del saber natural, y está arraigada al
ser hombre. Afirmar, por ejemplo, que el cogito es la
fundamentación de la verdad y la filosofía no es de por si una afirmación
equivocada, pues es cierto lo que afirma, pero falso lo que niega, pues además
del cogito hay otras posibilidades de fundamentación. Balmes
no reduce esta idea solamente al ámbito de la filosofía, y la extiende también
al pensamiento humano general.
De esta manera, la tesis fundamental de Balmes es que no existe una fórmula
de la cual se pueda desprender el universo. No hay verdad de la cual surjan todas
las demás. Llegados a este punto, cabe definir con mayor profundidad los tres
criterios.
La conciencia es aquello que se nota en el interior, lo que se piensa y
experimenta. De nada servirían las sensaciones si no se experimentaran en la
conciencia. Este criterio tiene varias características: el primero es la
naturaleza subjetiva de la conciencia, es decir, nuestra percepción es la del
fenómeno, no la de la realidad, si bien para Balmes la subjetividad no implica
que no sea verdad la certeza alcanzada. Tiene, además, la función de señalar o
presentar. La conciencia no nos pone en contacto con la realidad exterior, ni
con los demás (no podemos percibir —sí suponer— la existencia de conciencia en
los otros), sino que presenta hechos, es un absoluto que prescinde de
relaciones. La conciencia no tiene objetividad ni luz, es pura presencia.
Cuando el lenguaje expresa la conciencia, la traiciona, pues no puede
expresarse algo personal mediante algo universal. El lenguaje es incapaz de
expresar la conciencia pura, algo que sí puede hacer, por ejemplo, el arte. Así
mismo, tampoco puede errar la conciencia, pues no nos equivocamos en torno a la
experiencia de la misma, si bien puede ésta ser falible cuando abandona su
terreno para salir al exterior. No se da el error en el fenómeno interno, pero
sí tal vez en su correspondencia con el exterior. Balmes, en contra de la
machina animata cartesiana, defiende que los animales también tienen
conciencia, pero en su caso se reduce a la sensación, y no a la
intelectualización de la misma. Así, ellos poseen solamente una conciencia
directa, mientras que los humanos —por nuestra capacidad intelectiva— poseemos
también la conciencia refleja, que es la capacidad de reflexionar sobre las
sensaciones de la conciencia directa.
Para Balmes, la conciencia es el fundamento de los otros criterios, y todos
nacen necesariamente de ella.
A diferencia de la conciencia, la evidencia no es singular y contingente.
La evidencia tiene universalidad y una necesidad lógica. Balmes divide entre
dos tipos de evidencia, la inmediata y la mediata: la primera no requiere
demostración, es un conocimiento a priori, como por ejemplo saber que todo
objeto es igual a sí mismo. Por el otro lado, la evidencia mediata requiere de
demostración.
La evidencia no capta un hecho, sino que capta sus relaciones. Se capta que
la idea del predicado está en el sujeto (de forma similar al juicio analítico
de Kant). Toda evidencia se funda en el principio
de no-contradicción, y se reduce a lo analítico. Olvida los juicios sintéticos
que no son exclusivamente racionales, no considera que el criterio de evidencia
vaya acompañado de los sentidos. Por ello, para Balmes el análisis de la
conciencia es mejor que el análisis de la evidencia.
El instinto intelectual nos da la correspondencia entre la idea y la
realidad, no se trata de un instinto animal, sino de un instinto racional.
Mediante este instinto sabemos que existe lo que vemos, o que por lo menos
existe una representación de lo que vemos. Este tipo de verdades son por
definición más amplias que las verdades intelectuales de la evidencia. Puede
tenerse, además, la misma verdad por medio intelectual que por instinto: por
poner un ejemplo, puede saberse si un negocio funciona o no mediante un estudio
económico o mediante una intuición de sentido común. Así, en el sentido común
existe lo inevidente —como las verdades morales, o las sensaciones— o aquello
que mediante el instinto intelectual vemos como evidente, por ejemplo las
verdades científicas. También es mediante este instinto que conocemos verdades
demostrables sin necesidad de demostrarlas, o consideramos la verdad como
probabilidad, es decir, la conciencia de la contingencia: por poner un ejemplo,
ser conscientes de las posibilidades que tenemos de ganar la lotería, o de
lograr escribir algo coherente moviendo el bolígrafo aleatoriamente sobre el
papel.
Para Balmes, éstos son los tres pilares de la metafísica. Para definir
mejor esto, existe un análisis del cogito ergo sum cartesiano, según el
cual la afirmación del «pienso, luego existo» cartesiano es en principio una
verdad de conciencia, transformada posteriormente en una verdad intelectual de
evidencia, un silogismo lógico cuya realidad se comprende mediante la intuición.
Al haber fundamentado el cogito en algo intelectual, Descartes cae en el riesgo de reducir
el cogito a algo lógico e intelectual. Por ello, para Balmes
la conciencia es el pilar fundamental de la metafísica, pero para él trasciende
el cogito la idea clara y distinta cartesiana: la conciencia
es el pilar porque es en ella donde se vive la experiencia y se le da sentido.
Las más conocidas son El criterio y El
protestantismo comparado, que fueron traducidas a varios idiomas. Además:
·
Filosofía elemental (Lógica, Metafísica,
Ética, Historia de la Filosofía).
·
La religión demostrada al alcance de los
niños.
·
Observaciones sobre los bienes del clero.
·
El protestantismo comparado con el
catolicismo en sus relaciones con la civilización europea.
·
Consideraciones políticas sobre la
situación de España.
·
Examen de la question du mariage de la
reine Isabelle (Examen la cuestión del matrimonio de la reina
Isabel) (1845).
·
Pío IX (1847).
·
Escritos póstumos del Dr. D. Jaime Balmes (1850).
·
Art d'arriver au vrai: philosophie pratique (Arte para llegar a
la verdadera filosofía práctica) (1852).
·
Poesías póstumas (1870).
( EXTRAIDO DE WIKIPEDIA)
1848 Muere Jaime Balmes,
filósofo español, considerado el filósofo más importante de España del siglo
XIX. Autor de “El criterio”, “Filosofía fundamental”, “La historia de la
Filosofía. Muere a los 38 años. (POR SU OBRA SE DIRÍA QUE VIVIÓ HASTA LOS 70 AÑOS AL MENOS-EJEMPLO DE VIDA BIEN APROVECHADA) AGREGADO MÍO-
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ADVERTENCIA. CON ESTA COLABORACIÓN PRETENDO APORTAR UNA AYUDA ORIENTADORA SOBRE TODOS A AQUELLOS JÓVENES QUE HAN NACIDO EN EL CAOS, EN EL DESCONCIERTO, EN EL REINADO DE VOLTAIRE O SEA DE LA MENTIRA, EL ENGAÑO, RELIGIOSO Y POLÍTICO.
LO MISMO PUEDE SERVIR A ADULTOS QUE HAN CAÍDO EN EL ABISMO DE LA NADA, QUE POR LO TANTO NO ESTÁN EN CONDICIONES DE CONCIENTIZAR A LOS JÓVENES.